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EstrésEl día no se apaga porque la luz esté apagada.Después de un día cargado, tu organismo permanece en modo defensa: tensión, agitación, vigilancia. La noradrenalina estimula el centro de vigilia; el quedarse dormido se vuelve laborioso. La transición natural hacia el descanso se ralentiza, a veces por varias horas. Cada contrariedad vuelve a reproducir la escena en tu cabeza, reactivando la cadena « estrés → vigilia ». Mientras la alerta persista, tu noche seguirá fragmentada y poco reparadora. |
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Cabeza llena de pensamientosTu cerebro proyecta una película cuando quieres presionar “pausa”.En cuanto te enganchas a un pensamiento, la excitación o el miedo envían al cerebro la señal de mantenerse despierto. Como frente a un escenario cautivador, se vuelve difícil quedarse dormido. Incluso sin darte cuenta, tu atención permanece demasiado alta. Los ruidos y microestímulos amplifican aún más la presencia mental. Cuanto más escuchas ese flujo, más se aleja el sueño. |
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PreocupacionesCuando la vida se descarrila, el sueño la sigue.Ruptura, incertidumbre laboral, bajón moral: las preocupaciones mantienen el cerebro en alerta. Desencadenan una respuesta fisiológica de despertar y bloquean el adormecimiento. La cama se convierte en el lugar donde se rumia, y la noche, en una escena donde los problemas se repiten. Sin corrección, el cerebro asocia progresivamente acostarse = vigilia inquieta. El riesgo: un insomnio que se instala más allá del episodio difícil. |
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Despertares nocturnos¿Despierto a las 3 de la mañana, con los ojos bien abiertos, sin razón aparente?El sueño avanza por ciclos; al final de ellos, la vigilancia aumenta y el más mínimo ruido puede sacarte de la cama. La verdadera trampa es la dificultad para volver a dormir rápidamente. El reloj que se consulta, los cálculos « solo me queda… », y el miedo a no lograrlo alimentan la ansiedad. Esta preocupación activa el estado de alerta (hiperactivación del sistema nervioso autónomo). Resultado: pensamientos que giran, cuerpo en vigilia, y una noche que se alarga inútilmente. |
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Insomnio crónicoAl temer la noche, es la noche la que te teme a ti.Unas pocas noches malas bastan para que nazca el miedo a « no dormir ». Esta ansiedad de rendimiento se autoalimenta el despertar: cuanto más quieres dormir, menos lo logras. El estrés activa el estado de alerta, la vigilancia aumenta y el círculo se cierra. Se termina cediendo por fatiga, demasiado tarde, agotado por la mañana. El corazón del problema: romper este condicionamiento y desactivar el miedo. |
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Entorno ruidosoNo siempre es el ruido lo que despierta, sino tu reacción al ruido.Un mismo sonido adormece a algunos y despierta a otros: todo es cuestión de reactividad. Las variaciones sonoras (ronquidos, vecinos, tráfico) desencadenan la alarma interna. El enfado ante el ruido refuerza el despertar y mantiene el cerebro en vigilancia. Cuanto más se escucha, más espacio ocupa el ruido — y menos espacio encuentra el sueño. El reto: disminuir la sensibilidad y descentrar la atención para que el sonido vuelva a ser neutro. |
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Mujer embarazadaCuando se espera un bebé, no siempre se espera el sueño.Reflujo, calambres, malestar, ganas frecuentes: el cuerpo despierta a menudo. A esto se suma la ansiedad (salud, parto, organización), que mantiene la alerta. La combinación de dolores + vigilancia hace que el adormecimiento sea frágil y las noches fragmentadas. El cerebro se enfoca en la molestia y el tiempo que pasa, lo que aumenta la percepción del malestar. Reducir la reactividad y calmar la mente se vuelve indispensable. |
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